Carlos Sáez López es berciano, y eso aporta un punto de poesía a sus pinturas, sobre todo a los paisajes de su tierra, a sus representaciones de los pueblos perdidos de La Cabrera, la Maragatería… y, naturalmente, a los singulares lugares bercianos.

Aunque para la exposición que estos días presenta en la Casa de las Carnicerías, ha preferido como portada las flores, su peculiar mundo vegetal, quizá el emblema de la muestra sea un espléndido óleo en el que se muestra en todo su esplendor la vieja Ponferrada, con la mítica Torre del Reloj presidiendo, como madre amorosa, un universo interminable de tejados.

Quizá la técnica en la que el artista se desenvuelve con más soltura es en la acuarela. Pinta al agua con una facilidad pasmosa, recreando el paisaje, mostrando la realidad a través de su prisma original, aportando su personalidad a las antiguas casas rurales, a los majestuosos paisajes y, especialmente, a unos cielos que pinta como pocos. Pero también se fija su mirada en las pequeñas cosas, en diminutas violetas o sencillas amapolas, en flores que retrata vivas y del natural. No son los suyos vistosos ramos convertidos en naturalezas muertas, sino flores vivas que regalan la vista con la impresionante paleta de sus colores. Pequeños versos que impregnan el papel de dibujo de la misma forma que el agua de la acuarela.

Quizá a Carlos Sáez le ha faltado un poco de valentía para alejarse de lo real, para dejar volar la imaginación y trasladarse un espacio en el que solamente los colores y las sensaciones tengan importancia, más allá de la realidad, por encima de la forma. Lo suple con grandes cuadros en los que magnifica las flores, acrílicos en los que los elementos representados van más allá de su valor plástico, para convertirse en proyectos de abstracciones, en obras pletóricas de color que sorprenden y admiran.

El artista vive intensamente cada uno de sus trazos, cada una de sus pinceladas, y eso se trasmite al espectador que observa, admirado, como en medio centenar de obras se puede resumir toda la belleza paisajística de la tierra leonesa y, además, toda la hermosura de esas flores pequeñas, pero intensamente bellas, que pasan inadvertidas hasta que el pintor las rescata del anonimato y las hace protagonistas de sus cuadros, las convierte en hermosos poemas de colores.